Se arguye la protección y promoción de la Diversidad de las Expresiones Culturales, entendiendo a estas como bienes y servicios, narrado en un discurso desde un lugar de enunciación mercantil. En estos tiempos se impone la lógica mercantil en diversos escenarios del mundo, se vislumbra cómo el capitalismo invade todas las esferas no solo del individuo sino de la colectividad, pues convierte en mercancías lo inimaginable y transgrede como forma discursiva.
En definitiva, una globalización de la cultura, las comunicaciones y la economías, un intento por hacer de ellas bienes y servicios intercambiables en los mercados globales mediante economías intermedias, donde la revolución digital acaece como posibilitador de la innovación por medio de las Industrias Culturales. Estas últimas pueden definirse como la tentativa de cohesionar la amalgama de experiencias urbanas con las polifonías territoriales y barriales en pro de un ‘desarrollo cultural’, divulgado por los medios masivos de comunicación, en fomento de dar apertura a la cultura en las lógicas transnacionales propias del neoliberalismo, contribuyendo en el imaginario de la ciudadanía dada la globalización económica, acaeciendo en nuevas formas de consumo. Hasta este punto se ve amenazada la cultura, pues se ratifica su escisión de lo espiritual, es decir, de la tradición y los sistemas simbólicos que la sustentan, convirtiéndola en un bien y servicio como política pública, en la que la cultura es tratada como un nuevo recurso de exportación e importación bajo las exigencias de un alto rendimiento financiero y se reduce su potencialidad al convertirla en una mercancía.
El concepto de Industria Cultural comienza a tomar importancia desde teóricos como Adorno y Horkheimer en 1947. Ellos explican cómo esta sustenta la masificación cultural y la degradación de la cultura, transformándola en industria de la diversión, así como el reduccionismo al que obligan al arte: “la desublimación del arte, no es sino la otra cara de la degradación de la cultura, ya que en un mismo movimiento la industria cultural banaliza la vida cotidiana y positiviza el arte, Pero la desublimación del arte tiene su propia historia, pues, su punto de arranque se sitúa en el momento en que el arte logra desprenderse del ámbito de lo sagrado merced a la autonomía que el mercado le posibilita. La contradicción estaba ya en su raíz, el arte se libera pero con una libertad que "como negación de la funcionalidad social que es impuesta a través del mercado queda esencialmente ligada al presupuesto de la economía mercantil” (Alfaro, 1983). Análogamente, se instaura la Industria Cultural como el reverso del giro lingüístico (en el que se había dado la caída de los metarrelatos que fundamentaban los imaginarios de la identidad con el Estado-Nación), mediada por una racionalidad instrumental, volviendo a los mitos, figuras heroicas, museos y retornando a la vanguardia estética en el arte. En perentorio la transposición de modelos aplicados por el mercado trasnacional, propendiendo a la homogeneización y al consumo masivo cultural.
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